viernes, 26 de julio de 2013

La Trascendencia


La Trascendencia

Without transcendence, life has no beauty.
D. Chopra.

La realidad que experimentamos es un diseño consciente e inconsciente que tiene como propósito único trascenderla. No existe una realidad o "la" realidad. Posiblemente, lo que tiene lugar es la superposición de un conjunto de experiencias, imágenes, percepciones y apariencias que en suma crean el ambiente en el que nos desenvolvemos y que denominamos "mundo". "Mundo" es, entonces, el fluir permanente de apariencias en el que nos hallamos inmersos. 




La posibilidad de transmitir conocimiento está asociada a la generación de estructuras lingüísticas que antes de ser sonidos, fueron pensamientos. La primera vez que un individuo pensó debió ser una experiencia terrible y fascinante a la vez. "¿Quién está ahí adentro?", seguramente se preguntó ese primitivo ser humano, en esa ocasión en la que algo en su entorno provocó la primera reflexión. Algo externo a él "regresó" en forma de duda, de pregunta, de posibilidad. Quizá por eso, en física, "reflexión" quiere decir “reflejo”.

Después –probablemente, mucho después– surgió la posibilidad de reflexionar sobre lo reflexionado. El ser humano es, entonces, la posibilidad que el Ser Absoluto se da a sí mismo para reflexionar y experimentar sobre sus partes y sus posibilidades. Reflexionar sobre la reflexión es un signo inequívoco de consciencia. De ahí hay un corto paso para empezar a intuir al observador que hace posible ese ejercicio consciente. (Por cierto, en la raíz griega de “intuir” aparece la idea de mirar atentamente; mirar dentro de sí).

El lenguaje y su concreción en estructuras mentales abrieron posibilidades insospechadas que, posiblemente, obedecen a un propósito mayor dentro del diseño inteligente del universo. Quizá toda la idea de “civilización” se deba a las puertas que la operatividad mental (por llamarla así) abrió de par en par. Ciudades, imperios, códigos, artes, fórmulas, técnicas, comercio, ciencias y religiones son sistemas complejos, que antes de ser manifestaciones concretas, fueron abstracciones originadas en la voluntad, sí, pero perpetuadas, moldeadas y hechas rutina con la ayuda del lenguaje.


Así, el lenguaje ha creado mundos enteros y es tal su potencia que ha llegado, en muchos casos, a eliminar el sentido de pertenencia original al ámbito del ser y ha suplantado nuestra verdadera naturaleza con una personalidad aprendida y culturalmente acotada. La mente, destinada a hacer herramienta, se convirtió en ama y señora y ha llevado a muchos individuos a hacerles creer que son, esencialmente, su mente.

El mundo es, en apariencia, un conjunto de fragmentos; está roto en mil reverberaciones susceptibles de ser captadas por los sentidos, se percibe con infinidad de emociones; se transita en caminos incuantificables y, en última, se trasciende o sobrevive con innumerables modos de ser. La antigua metáfora sánscrita del Lila, el juego divino, cobra sentido: El mundo es el gran “campo de juego” en el que la divinidad permite a sus hijos jugar a reencontrarla.



Es tiempo, ahora, de ir más allá de lo que el lenguaje revela y de lo que oculta. Hay una “realidad” diferente más allá de lo que la mente puede percibir o entender. Las estructuras egóticas han cumplido su papel en el proceso evolutivo de la humanidad y es momento de sustituirlas. Estamos ante la posibilidad de ir más allá de ellas.

Si la apariencia de dolor está ahí, si la falta de amor parece repetirse sin fin en el mundo que hemos construido, es posible que su único propósito sea convertirse en portales, oportunidades, para llevarnos a otro lugar. La valentía que requiere atravesar el portal del dolor y convertirlo en amor es la misma que se requiere para comenzar a observar al mundo en su unicidad. La falta de amor en el mundo no es más que una invitación para manifestar el propio.


El ego –la mente racional– está convencido de que las partes y, en especial, nuestra realidad cotidiana, mundana, rutinaria, es lo único que existe e importa. El trabajo (en lugar de mi potencial creativo); las ceremonias religiosas (en lugar de la práctica espiritual); el estatus social (en lugar de quién soy); lo que le puedo materialmente dar a mis hijos (en lugar de cómo puedo ser con ellos), cómo luzco ante mis amigos (en lugar de qué les aporto) y otras inquietudes similares, se vuelven prioritarias en el devenir egótico de los seres humanos.

En otra entrada de este espacio hablé del ego como una sombra. En estas líneas quiero dejar asentado que las sombras sólo pueden existir cuando hay una luz que las cree. Aprender a ver la luz detrás de las sombras; aprender a travesar los miedos y usarlos como catapultas para otras formas de ser es nuestro regalo divino y nuestra posibilidad. Eso es trascendencia: la invitación a atravesar las apariencias, que siempre está abierta y que depende de nosotros aceptarla. 



P. S. Como de costumbre en este blog, ninguna de las ideas expresadas aquí son propias. De hecho, esta entrada se basa en el siguiente video: Eckhart Tolle discute sobre la utilidad del ego