martes, 12 de octubre de 2010

Los caminos y el destino

Los caminos y el destino



El camino es individual. La salvación, la redención, los nirvanas y los paraísos se alcanzan a golpes de esfuerzo o, mejor, de renunciación, que corresponden a uno mismo y a nadie más. Aceptar esta soledad primigenia, esencial, puede llevar toda la vida o, como quieren algunas escuelas, muchas vidas.

El estupor inicia desde el momento que accedemos a este plano de consciencia. El nacimiento, dicen los que saben, es la experiencia más traumática por la que pasamos en toda nuestra existencia, con muy raras excepciones. El descontrol y el caos son la constante durante mucho tiempo, hasta en tanto nuestro rudimentario desarrollo consciente empieza a estructurar patrones y regularidades que sirven de guía en el desconcierto del vivir. 


El hambre, el frío, los impulsos vitales primarios, se resuelven “mágicamente”, por obra y gracia de quienes se hacen responsables de nosotros en nuestros días y meses más vulnerables. Quiere Ortega que la del naufragio sea la metáfora que mejor explica la vida y esa sensación de absoluto caos está presente en ese momento y en muchos casos, matizada, acompaña para el resto del viaje.



El tiempo fluye --o quizá la sucesión de apariencias continúa su marcha y nos da la sensación de avance cronológico-- y logramos sacar algunas, pocas y trémulas, conclusiones sobre la experiencia del existir. Estamos en la niñez. Aun cuando hemos logrados colegir ciertas generalidades y nuestros seres cercanos han colaborado en la transmisión de imágenes y apariencias que, se supone, explican la experiencia de la vida, en nuestro interior no dejamos de sentir la íntima inquietud de que esas explicaciones están incompletas.

Son frágiles y relativos los andamios de la razón de donde colgamos nuestro devenir. Hay algo que no cuadra en la ecuación y esa sensación no desaparece: permanece like a splinter in your mind –como una astilla en la mente--, le dice Morpheus a Neo. 


El impulso de la búsqueda se hace presente en muchos desde muy jóvenes, aunque con frecuencia se le ahoga con la rutina y los silencios impuestos. Hay otros, desde luego, que porfían. Y nadie, en verdad, pierde del todo esa ventana interior hacia la duda primigenia: ¿por qué y para qué existo?

Hay, pues, caminos, escuelas, religiones, que nos “ahorran” la pesada cargada de descubrir por uno mismo cuáles son o podrían ser esos asideros que le dan sentido al devenir. La gran mayoría de ellas, bienintencionadas, de orígenes luminosos, ecos de la quietud y la presencia que se encuentra en la esencia de las cosas. No obstante, nos son ofrecidas ya contaminadas por las estructuras del ego: muchas de ellas han desarrollado organizaciones que son réplicas de los sistemas de dominación y de poder que rigen la mayoría de las relaciones sociales. Las hay verdaderamente monstruosas, que han logrado subvertir los más sublimes mensajes de amor en dardos de guerra y destrucción. La historia está llena de ejemplos.

Cabe abrir un paréntesis para un matiz importante: Aun a los troncos viejos y retorcidos de las estructuras de las religiones organizadas –y para estos propósitos también a los del poder y control, como son los gobiernos-- les brotan con frecuencia las ramas verdes de la presencia. No es raro que al margen de las vanidades, los egos y las divisiones que caracterizan a los sistemas de control, surjan historias de paz, de mansedumbre y de amor. Hay órdenes dentro del catolicismo, por ejemplo, que hacen de la contemplación, la humildad y la caridad su forma de vida. Hay escuelas dentro del Islam que generan regalos de poesía y compasión que nada tienen que ver con el rostro guerrero de esa bella religión, tan multiplicado por los medios occidentales. Hay, también, en este caso, infinitos ejemplos. Tal es el poder de la consciencia: se filtra como agua purificadora en las hendiduras más siniestras de nuestras obscuridades humanas.




Así pues, aun con caminos alternos siempre disponibles, la mayoría de los seres humanos eligen las vías que les son heredadas, sin reflexión de por medio, por la mera comodidad de que ya han sido puestas ante sí o por temor a contradecir lo que el uso y la costumbre dictan como norma. Se repiten rituales huecamente, se acude sin mayor convicción a ceremonias –cuyos símbolos, en la mayoría de los casos, se desconocen, o se malinterpretan y simplifican-- y se da vueltas a la base de la montaña sin siquiera otear por curiosidad a la cumbre, cubierta de la nubosidad de la duda.



Empero, hay quienes notan que el caminar en círculo no lleva a ningún lado. Comienza la inquietud de ver a los lados, arriba y abajo. Hay algo más que la repetición y la costumbre; hay espacios de creación y de innovación. Hay dudas por resolver, pues toda respuesta no puede ser sino temporal. Hay atajos hacia la cumbre: hay rutas verticales que llevan más allá de las nubes y que apuntan hacia una cúspide ignota, quizá inalcanzable en este plano de consciencia, pero intuida: diáfana, luminosa.


Toda creación es divina –crear es el regalo más grande que nos ha sido dado-- y como niños con nuevo juguete lo utilizamos sin mucho concierto. El rango de libertad es tan grande que hemos creado, incluso, nuestras propias cárceles: concreciones de la vanidad y del ego que hoy se han adherido en nuestra forma de vida. Empero, la capacidad de redención original, que nos es obsequiada sin pedir nada a cambio, siempre está ahí.

Aceptar, con mansedumbre en el corazón, que la presencia está en nosotros, que somos chispas de una misma luz y que el mundo es un juego de espejos en donde nos vemos, todos, a nosotros mismos, siempre, es un camino efectivo para reencontrarnos con nuestro origen.


Y sin embargo, el éxito en la experiencia no radica en el destino, sino en el camino: importa el viaje, descubrir la ruta, caminarla, tropezarse y levantarse. Aquí obsequio, una vez más, amorosamente, una baldosa del mío.

Miguel Augusto




jueves, 7 de octubre de 2010

El camino más largo comienza con el primer paso


Hoy, ahora, tras dudas y titubeos varios, inicio este blog. Dicen que no hay privilegio más grande que el de ser útil a los demás. Si alguna de las ideas que se exprese en este espacio tiene el efecto de sembrar inquietudes que lleven a avanzar en el camino interior, la mitad del propósito de estas notas se habrá cumplido. La otra mitad es estrictamente personal: escribo porque necesito hacerlo, así como hay maestros que enseñan lo que más necesitan aprender. Bienvenidos, todos. Estoy seguro de que éste será un medio de aprendizaje para su servidor y para aquellos que han tomado caminos paralelos.

El primer asunto que me interesa tratar es la naturaleza de este espacio. En plática con amigos muy estimados --uno de ellos, muy buen blogger (ver http://cuevanobiker.blogspot.mx/)-- me invitaban a que iniciara un blog con temas de política en general o de política y administración pública local. El primer escollo en ese propósito es que son temas que académicamente abandoné antes de haberlos estudiado a profundidad: en todo caso es posible que tenga alguna experiencia práctica de ambos asuntos, pero nada como para construir un espacio de reflexión que realmente abone en el desarrollo del tema.

El segundo “escollo”, que es en realidad el motor de este experimento, es que mi parte no racional, el dulce susurro de la intuición, llevaba meses diciéndome que era importante para el de la pluma compartir en un foro público sus escarceos y peripecias con la literatura de la consciencia, pero sobre todo, con su puesta en práctica.  

Sin que exista un parteaguas claro y sin que sea importante determinarlo, sí puedo decir que mi vida ha experimentado un giro importante en los últimos años y que es una u otra dependiendo de la atención que pongo o dejo de poner en el momento presente y en su efluvio inagotable –divino-- de serenidad e inefable sabiduría.

Actuar con presencia o sin ella, hace toda la diferencia en la toma de decisiones cotidianas. Y con el conjunto de las decisiones se forjan los destinos. Con “presencia” me refiero al estado de consciencia que nos permite estar perfectamente alertas de lo que ocurre en el entorno, pero con la mente en silencio, serena, dócil. Los famosos clichés relativos a escuchar la voz interior, cerrar los ojos y ser consciente por unos segundos de que se tiene vida dentro del cuerpo o tomarse un minuto para poner atención en la respiración propia, cumplen con la función de facilitar, por breves instantes, ese estado.

Desde luego hay técnicas --y escuelas completas-- dedicadas a esa labor. Con cientos de nombre y con miles de procedimientos, al final del día, la consciencia, la posibilidad de ampliar la percepción y liberarse de las trampas de la apariencia, es el propósito último de todos estos esfuerzos y quizá de la existencia misma.

No pertenezco a ninguna escuela ni soy devoto de ninguna religión organizada; esto me permite abrevar y aprender de todas sin necesariamente seguir alguna. Tuve la bendición de una educación liberal y, por ende, abierta a la crítica y a lo diverso. El primer paso en este camino, desde mi punto de vista, es la renuncia a los dogmas. Pensados originalmente como mecanismos de control y de educación para masas analfabetas, los dogmas han perdido su utilidad social en el mundo de hoy y, por el contrario, son  el último bastión de las sombras. Éste quiere ser un espacio libre --y por ello, respetuoso-- de todas las ideas.

Aun sin militancia en alguna escuela, es inevitable agradecer las fuentes de inspiración que me han llevado a la redacción de estas líneas: en primerísimo lugar a mi padre, quien tuvo la generosidad de establecer un marco de libertades en el hogar y una presencia permanente de fuentes de información (libros, prensa, películas, conferencias y hasta visitas a congregaciones religiosas y organizaciones diversas) que fueron determinantes en ser quien soy.  

Además, tuve la oportunidad de conocer un poco de la simbología y prácticas de fraternidades de origen medieval durante mi primera juventud. Por ello, me siento afortunado pues tuve materia más que amplia para encauzar mis inquietudes juveniles vinculadas a los temas de espiritualidad.

Más adelante en la vida, nuevos maestros, en forma de libro, amigos, vivencias o simples charlas se hicieron presentes: el Tao Te King es una lectura para revisitar toda la vida; Herman Hesse y su interpretación occidental de la sabiduría de Oriente; el Kybalión y sus graves y complejas implicaciones místicas; la Tabla Esmeralda y sus mitos; Borges, la kabbalah, Eckhart Tolle y su silenciosa invitación a la presencia y a la luz; Deepak Chopra, tan vilipendiado por la “intelectualidad” y, sin embargo, tan eficaz para traducir la sabiduría védica y sufí en perlas occidentales de consciencia. Quienes decidan seguir estas líneas, encontrarán inevitablemente ecos de todo esto y más.

Dos ideas para concluir y que habrá que desarrollar en sendas entradas:

El presente es, desde una perspectiva, la fracción más pequeña y elusiva del tiempo: fluir constante de parpadeos que lo vuelven inasible. Empero, desde otra, es posible que el presente sea el testimonio palpitante de la eternidad: no hay otro tiempo, que no sea el presente. Siempre estamos en el presente. Nunca ha ocurrido nada fuera de él ni nunca ocurrirá (Eckhart Tolle dixit).

“Tú no estás en el mundo: el mundo está en ti” (Deepak Chopra dixit). Intelectualmente repaso y regreso con frecuencia a esta idea. Espero poder aprehenderla y asimilarla de verdad; no con la mente sino con el corazón. La gravedad de sus implicaciones, el fascinante e insondable reino de libertad que abre su formulación, han provocado, entre muchas otras cosas, que hoy me haya volcado en este texto, que amorosamente obsequio a sus lectores.

Abrazos y bendiciones.

Miguel Augusto